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CRÓNICAS DE LA MEMORIADESTACADAS

Crónicas de la Memoria – En los filos del amanecer con César Seco

Orlando Oberto Urbinabajarigua@gmail.com 

Hay cosas que sentimos en la piel, otras que vemos con los ojos,

otras que no nomás nos laten en el corazón.

Carlos Fuentes

Hoy me atrevo a escribir sobre este poeta que conozco, que además es mi hermano y compañero de viaje. Gracias a la vida, sabemos de los lugares y coincidimos con ellos, igual que nuestros panas que han vivido en Coro. Esos lugares siempre están allí, y parece que esos encuentros hacen a la persona como las esquinas o las plazas; o lo que podíamos recordar como aquellos abuelos que se sentaban en los mecedores a mirar y contar aquellas viejas historias que habían hecho de su vida un aprendizaje.

De manera que hacemos un reconteo de lo que fuimos, y de este insigne poeta César Seco. Cuando la amistad nos unió en la adolescencia, estaba recién fallecida su querida madre, y recuerdo que el poeta Cesar y sus hermanos estaban bajo la responsabilidad de su hermana mayor, que era enfermera. Entre nosotros había un gran respeto por los dos hermanos poetas César Seco y Celsa Acosta Seco, aunque también nos era estimado Israel Acosta Seco, otro de los hermanos. Nos encontrábamos siempre en el sitio de reuniones en el liceo “Pedro Curiel Ramírez” o la Plaza el Tenis. César Seco nos guiaba y decía como debíamos leer, y a qué poetas.

Los primeros poetas recomendados eran los del lugar, como Rafael José Álvarez, Paúl González Palencia, Eudes Navas Soto, Otón Chirino, Lydda Franco Farías, Arsenia Melo, Hugo Fernández Oviol, Servando Garcés, Ramón Miranda, Guillermo De León Calles, Víctor Hugo Bolívar, Héctor Hidalgo Quero, Enrique Arenas y otros compañeros más. Hay palabras para todos que afortunadamente no se olvidan. ¿Cómo leer a los poetas? Éramos unos carajos a los que nadie más les decía nada sobre la poesía, el cuento, la narrativa, la novela, la crónica y el teatro.

Cuando cada uno buscó su camino se dispersó el grupo, pero nos seguíamos reuniendo César Seco, Emilio Chirino y mi persona, algunas veces en la residencia de la calle Miranda, en casa de Francisco Cumare (†).  Otras veces nos reuníamos en el Café Trébol de la avenida Manaure, y ya Ulises Daal había llegado a ser director de cultura durante el gobierno de Aldo Cermeño. Seguimos adelante, y en ese tiempo el más filósofo del grupo era Emilio Chirino, y recuerdo la discusión de un manifiesto contra todo. A veces nos oponíamos a algunas cosas. Al final ese manifiesto se logró como una propuesta bien interesante.

Nosotros, como dice César Seco, surgimos de nosotros mismos, con discusiones y conversas. A veces nos molestábamos, pero volvíamos a encontrarnos. Logramos hacer aquel grupo llamado “Pilón” con algunos amigos como Emilio Chirino, Ulises Daal, y los hermanos Aquiles y Ciro Veroes.                                                                                                                                                                                                                                                                                              

Igualmente estaban en el grupo Goyo Peña, Wilmer Valles (Travolta), Merino Piña (†), César Seco, Orlando Urbina, Jorge  Martínez (gordo Sancho Panza),  Carlos Cazorla y Pietro Zaza (el italiano del humor), quien nos hacía reír. Pero de ellos, nos mantuvimos en el grupo Emilio Chirino, Cesar Seco, Ulises Daal, quien se perdía y volvía, y mi persona. Nos mantuvimos en esa nave que paseaba por Coro, y luego fuimos orientados por Enrique Arenas, Paúl González Palencia, José Rafael Álvarez, y estos poetas con renombre nacional que no escatimaron esfuerzos para darnos talleres, y guiarnos a buen puerto.

Pasamos a conocer algunos bares de Coro: El bar/bodega de Rubén Ramos, Mano Billo, el Garúa, Esos eran los sitios agradables para uno conversar y conocer a algunos poetas como Hugo Fernández Oviol y Orlando Chirinos de los que recuerdo, así como a otros personajes: entre ellos al pintor Roberto Chirinos, a Nicasio Duno, Alirio Sánchez, Francisco Sánchez, Wiche Colina, Régulo Gutiérrez, Haydée Granadillo (†), Wilmer Gutiérrez (†), José Gotopo (†), y al escultor Sibada, entre otros.

En esos talleres del grupo “Pasos”, Paúl González Palencia y Rafael José Álvarez nos dieron sus consejos; nos hablaron de una literatura muy rica en poesía, y nos encaminaron a ese lugar de la poética en Coro: a leernos autores y orientarnos a esa disciplina de la lectura. Si queríamos escribir bien, a vivir con la palabra viva siempre, aunque tuviéramos inclinaciones políticas por diferentes corrientes. César simpatizaba por el MIR, Ulises por el MAS, yo por el PCV, y Emilio recuerdo que no tenía simpatía por ninguno, porque era anarquista, a veces libertario, pero buen consejero y amigo solidario. Todos éramos respetuosos en cada una de nuestras posiciones.

Luego nos separamos al salir del bachillerato, aunque tuve que estudiar de noche, porque trabajaba. Me había ido de la casa y tenía que enfrentar la vida. Unos se fueron a la universidad del Zulia (LUZ), otros a la UCLA, a la ULA, a la Universidad de Carabobo; y otros nos quedamos en el Tecnológico “Alonso Gamero” en Coro. Allí aparecieron nuevos amigos como Simón Petit, Frank Garcia, Wilmer Colmenares (Wive), Yitzi Romero, Héctor Hidalgo Quero (†), Héctor Duarte “Pan Dulce” (†) y Olimpio Galicia. Luego, en aquella Casa de la Cultura “Alonso Gamero”, conocimos al profesor Hermes Coronado (†), y Carlos Miranda (†). Todos esos amigos estuvieron en nuestras orientaciones.

Desde esos años anduvimos encontrándonos con la ciudad, y otros amigos que eran más mayores nos aconsejaban; entre ellos, nuestro recordado amigo Carlos Martínez Bueno “Penco” (†). Desde la juventud inventábamos que podíamos llegar a tener algún oficio, o serles útiles al país.

Esos espacios de silencio que habitan en el poeta hacen que su escritura sea un recorrido de ensayos de la vida, de ars poéticas, de voces y trajinar. Eso escribió César Seco en uno de sus libros, Transpoética, en que todas las palabras o gestos que hacemos cada uno son piezas sueltas de una biografía pasada al papel, porque cada cosa que hacemos es para que todos dejemos brasas encendidas de nuestra experiencia vital.

La lectura, la poesía, o lo que denominamos literatura es palabra, es oficio de escribir, porque este oficio tiene muchas formas de expresión como la espontaneidad en cuanto a la sensibilidad del escritor en función de sus propias circunstancias. En el ejercicio poético, César Seco se ha hecho rama de su propio árbol en el cual ha crecido, y ha echado sus frutos en una tierra fértil que irrumpe en su propia voz para preguntamos ¿de dónde vienen las ideas? Como se pregunta Voltaire.

Desde la lectura misma, o desde la necesidad de cantar palabras, o escribirlas en su adentro de la memoria, en ese paisaje de la escritura está César Seco, así como otros amigos de la insurgencia de las palabras hecha poesía. Unos olvidados, otros más recordados. En Coro se tiene la esperanza de que algún momento seamos nombrados en el recuerdo de la palabra en el tiempo que no se olvida, sino que se escribe para que no luzcan tan lejos nuestros hechos.

El poeta César Seco nació en Coro el 29 de Enero de 1959, estado Falcón. Es poeta, ensayista, bibliotecario y editor, fundador de la Casa de la Poesía “Rafael José Álvarez”, y de la Bienal de Literatura “Elías David Curiel”. Dirigió la revista Oikos. Entre sus obras se encuentran: El laurel y la piedra (1991), Árbol Sorprendido (1995), Oscuro ilumina (1999), Mantis (2004), y El Viaje de los Argonautas (2005), reunida en la antología Lámpara y silencio (2006), publicada por Monte Ávila Editores Latinoamericana. Por otra parte, más recientemente ha publicado El poeta de hoy día (2013) y La playa de los ciegos (2014). César Seco ha tenido una interesante producción literaria, en cuanto a ensayos tiene  dos libros: Transpoética (2008) y El hacha flotante (2017). En su narrativa se destaca Los Colores del Cielo (2013).

Ganó la II Bienal de Literatura “Ramón Palomares”, y también ha sido galardonado con premios regionales y nacionales. Su participación en diferentes eventos ha reivindicado la poesía falconiana, y ha dado a conocer las nuevas generaciones de escritores en algunos diccionarios de escritores de Venezuela, donde la poesía se recrea y crea su propia identidad. En nuestro estado Falcón, sin pretensión alguna, esta tierra ha sido siempre semilla de germinación literaria. He aquí algunos fragmentos de la poesía de César Seco.

Calle

Puedo vivir en cualquier ciudad,

pero mi calle es esta.

Vengo de ella, me hice en sus escondrijos

 y aceras, en ella corrí

 por primera vez

y di con otros la vuelta

un día de lluvia que mis manos se volvieron

viejas.

(…)

Los mudos hunden sus manos

en la figuración precisa

de su lengua

cortada por el silencio

los ciegos tocan

el cuerpo huidizo de la luz

 en la unánime sombra de

sus párpados.

(…)

Voz

permíteme unas palabras

ahora cuando callas

y te demoras en venir.

Entre tú y yo hay un pacto

de oído y boca.

Debo silenciarme cuando hablas y ser tu escucha.

Estos textos de César Seco muestran la claridad del que anda despierto sobre los sueños de sus palabras. César ha vivido entre sus pausas; ha escrito sobre su propia andanza, y en toda instancia ha sido lúcido. César es una repisa de cantos que alcanzan el alma que ha sabido saberse de una buena literatura y que siempre ha bendecido a su compañera, quien lo acompaña también en la poesía. Porque Argelia Malaver Flores también es poeta, y conoce de ese oficio de transitar juntos hasta la otra orilla.