TRAGEDIAS – Por Edgardo José Gutiérrez Guillén, de Santa Cruz de Mora

En el mundo han ocurrido infinidad de tragedias, bien individuales o bien colectivas, aunque a la larga toda tragedia es o se convierte en personal. Entre las colectivas serían aquellas causadas por el hombre, caso de las guerrras, pero también aquellas propias de la naturaleza, caso de los tsunamis del Pacífico y los vientos huracanados del Atlántico, en Venezuela pudiéramos resaltar el terremoto de 1812 y la vaguada de Vargas en 1999. Asimismo, entre las individuales, podemos precisar la vivida por Dostoievski, por Holderlin y Nietzsche, el primero luchando contra el mundo y los otros dos contra el mismísimo Demonio, pues cuando la tragedia es consecuencia de un problema mental, muchas veces Dios se hace el «loquito» para aplicar la sanación.
También existen casos que para cualquier albañil es un simple machucón de dedo, que se cura llevándolo a la boca con una mentadita de madre, pero para una damita «pipirinai» puede convertirse en una tragedia capaz de movilizar gran cantidad de familiares y amigos, médicos, paramédicos y medicinas. En el caso del escritor ruso, el poeta y el filósofo alemanes, su tragedia de vida no fue óbice para trascender como seres inmortales, pero en los machucados de dedo, la estupidez pudiera ser la inmortal.
Ahora bien, entre las tragedias colectivas, se vivió recientemente en el estado Mérida una situación lamentable con el preciado liquido, no dejando de llamar la atención la opinión emitida por su Gobernador, quien sin pensar en tragedia alguna, dijo rayando en el nuevo «jalabolismo rastacueriano», que esa agua caida del cielo era una «bendición» de Chávez, pareciendo entonces, que los venezolanos tienen dos dioses, uno que envía lluvia para regar cultivos, y el otro para destruirlos. Esto último, puede deberse a que el nuevo «dios» despechado por no haber acabado con el país antes de irse pal’ otro mundo, ahora quiere completar su deseo revolucionario desde el más allá.
Los venezolanos parecen destinados por la providencia a pasar el resto de sus vidas como Sísifo, un personaje de la mitología griega, que por engañar a los dioses fue condenado a subir una roca por una montaña, pero al llegar con la enorme piedra a la cima, volvía a caer, comenzando de nuevo hasta la eternidad. Les tocará a los venezolanos rogar al verdadero Dios, para que quite la pesada roca que lleva en sus costillas, y orar cada vez que llueva, lo sea para nutrir la verdura y la hortaliza del páramo merideño, y no para destruir la vida, pues el peso de las tragedias sufridas por los sísifos venezolanos no debe ser hasta la eternidad. Ya no digo más.