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El otro nuevo santo, un estudiante de ingeniería enamorado de una española y apasionado de la política

Pier Giorgio Frassati, canonizado este domingo junto a Carlo Acutis

Pier Giorgio Frassati rompió el carné de la asociación católica a la que pertenecía cuando sus miembros aplaudieron a Benito Mussolini

ABC Javier Martínez-Brocal – Corresponsal en el Vaticano

Junto a Carlo Acutis, el adolescente risueño apasionado de la informática, este domingo será canonizado en Roma Pier Giorgio Frassati (Turín, 1901-1925), un santo también fuera de los esquemas, pues su vida incluye un arresto durante las protestas universitarias, una historia de amor con una joven española y una vida de fe concretada en amistades profundas y en la sencilla ayuda a las personas cercanas.

Los amigos le llamaban irónicamente Robespierre, pues atacaba con sus bromas a todos, sin «perdonar» a nadie. Él prefería que lo llamaran Girolamo, evocando los «sentimientos contra las costumbres corruptas» de Girolamo Savonarola, el monje que denunció ásperamente las incoherencias de la Florencia de los Medici. En realidad Frassati se parecía muy poco a ambos sujetos. Sus cartas privadas muestran enorme apertura, exquisito respeto por las personas y apasionada libertad interior envuelta en la fuerza de un vendaval.

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Por ejemplo, rompió el carné de la asociación universitaria católica a la que pertenecía cuando sus miembros aplaudieron a Benito Mussolini y les reprochó actuar así ante «quien deshace las obras de caridad, no frena a los fascistas y permite que maten a los ministros de Dios como don Minzoni, permite que se cometan otras acciones sucias y trata de encubrir estas fechorías colocando el crucifijo en las escuelas». La Guardia Real lo arrestó durante una protesta política, cuando manifestaba con otros estudiantes para que no suprimieran el título de ingeniero; y también escribió una carta pública de solidaridad a los jóvenes trabajadores alemanes cuando las tropas francesas ocuparon el Ruhr.

«Era un enamorado de la Historia, de la justicia social, del bien común al servicio de las personas, del antifascismo como sociedad que no concentra el poder sino que lo pone al servicio de los más pobres», resume Giuseppe Notarstefano, actual presidente de Acción Católica en Italia, a la que perteneció el nuevo santo. «Soñaba con formar una ‘pax romana’ en Europa contra las guerras, y quería unir a los estudiantes católicos de Europa para encontrar esta paz», destaca Timothée Croux, autor de la reciente biografía de Frassati «Un Aventurero en el Paraíso».

Esa coherencia y preocupación social se apoyaban y se limaban en su personal vida de fe, que comenzó a cultivar espontáneamente en la adolescencia. Su padre, Alfredo Frassati, no era católico. Era un empresario liberal que fundó y dirigió el periódico ‘La Stampa’ y que fue embajador en Berlín durante la Alemania de Weimar. Su madre, Adelaide, era un ama de casa con sensibilidad por el arte que no le permitía ir a misa a diario por miedo a que se enrareciera. Ocurrió todo lo contrario.

A Pier Giorgio le impactó la pobreza de las familias italianas tras la Gran Guerra y ayudaba a muchos con dinero y comida. Pero a los 19 años, convencido de que no bastaba y que era necesario reformar la sociedad, se inscribió en una corriente ligada al centro izquierda del Partido Popular italiano de Luigi Sturzo. No era idealismo pues veía su tarea como vehículo para ayudar a la sociedad y a personas concretas. Por eso, decidió matricularse en Ingeniería de Minas en el Politécnico de Turín con la idea de mejorar las condiciones de trabajo de los mineros. No estaba entre los mejores de clase, pero tampoco entre los peores. Sus profesores lo consideraban un alumno «normal».

Vestía de un modo elegante, le gustaba el teatro, la ópera, la pintura y leer a Dante y a Shakespeare. No cantaba, pues desafinaba, y coleccionaba minerales. En la mayoría de sus fotos aparece en excursiones de montaña, su gran afición. Pocos meses antes de morir escribió en una de ellas las palabras «Hacia lo alto», con las que podrían resumirse sus hazañas.

Durante su último año de vida, sus padres estaban al borde de la separación. En el carnaval se enamoró de Laura Hidalgo, estudiante de Matemáticas, hija de un general español retirado y nacionalizado italiano, que se había quedado huérfana. Comprendió que sus padres no habrían aprobado su noviazgo, pues la chica era de clase social baja, y renunció a ella sin amargura ni rencor, convencido que la noticia habría complicado las cosas en casa. «Sería absurdo destruir una familia para construir otra», escribió. Con elegancia, tampoco reveló su amor a la joven «para no turbarla», según cuenta en una de sus cartas.

Con profundo misticismo se decía convencido de que «Jesús me visita cada mañana cuando lo recibo en la Comunión, y por eso yo le devuelvo la visita como puedo, esto es, buscándolo entre los necesitados». Con discreción, dedicaba tiempo y energía a enfermos y marginados, «en una relación que no era asimétrica, pues los consideraba amigos», como describe Notarstefano. En una de esas visitas, el 30 de junio de 1925, contrajo una polio fulminante que desencadenó una meningitis. En casa pensaron que se trataba de una gripe pasajera, preocupados por la salud de la abuela que efectivamente fallecería el 1 de julio. Lo visitaron los médicos tras el entierro de la anciana, pero ya era demasiado tarde. Falleció el 4 de julio. Asistieron tantas personas agradecidas al funeral, que su padre, sorprendido, exclamó: «No conocía a mi hijo».

«Fueron 24 años gastados, como documentan sus cartas, buscando con tenacidad el sentido profundo de la vida», resume el asistente eclesiástico de la Acción Católica Italiana, Claudio Giuliodori. «Supo construir muchos vínculos en muy poco tiempo, sabía tener relaciones profundas con sus amigos», añade. «Para mí fue un santo muy completo, y por eso Juan Pablo II lo llamó el hombre de las ocho bienaventuranzas, pues durante toda su vida puso en práctica todas, es un santo muy completo», recalca a ABC su biógrafo Timothée Croux.

Dos años después de su fallecimiento, en 1927, se publicó su primera biografía y se extendió su fama de santidad. La causa de beatificación se bloqueó en tiempos de Pío XII, pues ese Pontífice veía con malos ojos que participara en excursiones alpinas acompañado de chicas de su edad, a pesar de que no dio motivos de escándalo.

Décadas más tarde, en 1977, reactivó la causa Pablo VI, quien se había formado en la Acción Católica y conocía estas actividades. Un Papa alpinista, Juan Pablo II, lo beatificó en 1990. Benedicto XVI y Francisco nombraron a Frassati patrón de las Jornadas Mundiales de la Juventud y extendieron su devoción entre jóvenes de todos los continentes. El Papa León se ha encontrado el trabajo hecho, y ha aceptado encantado celebrar la canonización este domingo, que casi coincide con el centenario de su fallecimiento.