CULTURA

Muere en Valencia la poetisa trujillana Ana Enriqueta Terán

 

 

La mañana de este lunes, 18 de diciembre, falleció a los 99 años la poetisa trujillana Ana Enriqueta Terán.

Sus principales influencias fueron los clásicos españoles como Góngora y Garcilaso de la Vega, y más tarde la poesía francesa de Rimbaud y Baudelaire. Su obra poética trasciende lo meramente métrico, y se constituye en una voz propia seducida por elementos que bordean la nostalgia, el amor, la sensualidad y el paisajismo andino.

Terán también es conocida por realizar carrera diplomática en Uruguay (1946) y Argentina (1950) junto a los gobiernos venezolanos de la época.

En 1989 fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura, ese mismo año recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de Carabobo.

Su casa en el pueblo de Jajó (estado Trujillo), donde vivió durante 11 años, actualmente es el centro cultural Casa de Hablas justamente en honor a la obra homónima de la sonetista. El centro funciona como museo histórico, dada sus características arquitectónicas coloniales, y el significado que guarda para la población el hecho de que la poetisa la haya tomado como inspiración en varios de sus libros.

 

 

 

 

XVI

Se escribe y la escritura desenreda
madejas de lujosa semejanza;
barco que nunca llega y siempre alcanza
la medida del hambre y no conceda

Puño de sombra a la reciente seda
del bolsillo; la seda a semejanza
de piso bien lustrado y alabanza
de quien debe sembrarse y no se queda.

Y no se borra del mural de viento
donde la confusión teje y desteje
al parecer un válido argumento.

Detenerse, buscar algún despeje,
algo que abrigue o sólo un pensamiento
que desguace la rosa o la deje.

 

Piedra de habla

La poetisa cumple medida y riesgo de la piedra de habla.
Se comporta como a través de otras edades de otros litigios.
Ausculta el día y sólo descubre la noche en el plumaje del otoño.
Irrumpe en la sala de las congregaciones vestida del más simple acto.

Se arrodilla con sus riquezas en la madriguera de la iguana…

Una vez todo listo regresa al lugar de origen. Lugar de improperios.
Se niegan sus aves sagradas, su cueva con poca luz, modo y rareza.
Cobardía y extraño arrojo frente a la edad y sus puntos de oro macizo.
La poetisa responde de cada fuego, de toda quimera, entrecejo, altura
que se repite en igual tristeza, en igual forcejeo por más sombra
por una poquita de más dulzura para el envejecido rango.

La poetisa ofrece sus águilas. Resplandece en sus aves de nube profunda.
Se hace dueña de las estaciones, las cuatro perras del buen y mal tiempo.
Se hace dueña de rocallas y peladeros escogidos con toda intención.
Clava una guacamaya donde ha de arrodillarse.
La poetisa cumple medida y riesgo de la piedra de habla.

 

La poetisa cuenta hasta cien y se retira

La poetisa recoge hierba de entretiempo,
pan viejo, ceniza especial de cuchillo;
hierbas para el suceso y las iniciaciones.
Le gusta acaso la herencia que asumen los fuertes,
el grupo estudioso, libre de mano y cerrado de corazón.
Quién, él o ella, juramentados, destinados al futuro.
Hijos de perra clamando tan dulcemente por el verbo,
implorando cómo llegar a la santa a su lenguaje de neblina.
Anoche hubo piedras en la espalda de una nación,
carbón mucho frotado en mejillas de aldea lejana.
Pero después dieron las gracias, juntaron, desmintieron,
retiraron junio y julio para el hambre. Que hubiese hambre.
La niña buena cuenta hasta cien y se retira.
La niña mala cuenta hasta cien y se retira.
La poetisa cuenta hasta cien y se retira

 

Con información de Noticia al Día

Y Latin American Literature Today