«Bienvenidos al infierno del Cecot»: el maquillador venezolano Andry Hernández relata el día a día preso en El Salvador

Por Uriel Blanco, CNN en Español
Andry Hernández en la iglesia de San Pedro de Independencia, en Capacho Nuevo, Venezuela, durante actos en homenaje por su regreso a casa, el jueves 24 de julio de 2025. Cortesía: Reina CárdenasCNN Español —
El migrante venezolano Andry Hernández Romero recuerda la noche agridulce antes de ser enviado en un vuelo desde Estados Unidos al Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) de El Salvador, un lugar en el que cuenta que vivió un “infierno”. Sin aviso fue deportado, acusado de pertenecer a una banda criminal por sus tatuajes. Allí perdió su libertad, su cabello —como estilista, parte importante de su identidad— y toda conexión con el mundo exterior.
Era 14 de marzo y se encontraba bajo custodia del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) en el Centro de Procesamiento de Laredo, Texas. Llevaba ya más de medio año detenido en EE.UU. tras llegar al cruce fronterizo de San Ysidro con México a finales de agosto de 2024 buscando asilo.

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Tanto Hernández como los demás migrantes recluidos en Laredo ya sabían que serían deportados en vuelos, pues cuenta que días antes se habían enterado. La batalla legal durante meses no había rendido frutos, comenta el estilista y maquillador venezolano.
La noche del viernes 14 de marzo fue de sentimientos encontrados, recuerda. El sueño había llegado a su fin, pero rememora en entrevista con CNN: “Repartieron helados (en el centro de detención) y éramos felices porque ya tenía mucho rato que no comíamos un helado ni probábamos alguna bebida bien helada”.
Alrededor de las 6 a.m. del sábado 15 de marzo ―añade―, desayunaron, se bañaron, se vistieron y los subieron a camionetas para llevarlos al aeropuerto.
“Ya se acabó la lucha, ya nos vamos para Venezuela, no hay vuelta atrás. Regresábamos con una mano adelante y una mano atrás, pero felices porque vamos a estar con nuestras familias. Y de estar presos, prefiero estar acá en mi casa”, comenta.
Pero su avión no llegó a Venezuela, sino a El Salvador, algo que, según Andry Hernández, nunca les informaron. Una demanda colectiva contra el Gobierno del presidente Donald Trump en la que figuraba Andry Hernández señaló que varios migrantes, así como el abogado firmante de la querella, no recibieron notificación sobre las deportaciones.
Fue en ese momento que comenzó otra odisea de meses, en otro país completamente desconocido, sin poder contactar defensa legal ni familiares.

Andry Hernández, en esta imagen durante una entrevista con CNN en Español, regresó a Venezuela el viernes 18 de julio luego de ser deportado por EE.UU. a El Salvador y permanecer más de cuatro meses en la megaprisión del Cecot. CNN en Español
“Colaboren, pórtense bien”
A su llegada al país, Hernández recuerda que el primero en bajar fue un salvadoreño que iba en el vuelo. Luego intentaron bajar a las mujeres venezolanas a bordo, pero “El Salvador no las quiso recibir”, agrega el estilista originario de Capacho Nuevo, un pueblo en el estado Táchira, fronterizo con Colombia.
Dice que siguieron todos los demás, y que los agentes federales de EE.UU. en el vuelo los exhortaron a colaborar y portarse bien.
“Llega un oficial y nos dice: ‘Colaboren, pórtense bien, bájense por su propio medio, no permitan o no dejen que las autoridades de El Salvador se metan y lo hagan al modo de ellos’”, señala.
Pero los “golpes, patadas, amenazas” se hicieron presentes una vez que pisaron los escalones para bajar del avión, dice el joven. Añade que los funcionarios salvadoreños los llevaban inmovilizados de los brazos y con la barbilla pegada al cuerpo hacia los autobuses que los trasladarían al Cecot.

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“Si te llegabas a caer en ese trayecto, créanme que era lo peor que pasaría en ese momento. Te levantaban a punta de patadas y de golpes. Dentro del bus también nos daban en la cabeza, decían que éramos la peor pandilla criminal a nivel mundial, que éramos del Tren de Aragua, que éramos los terroristas más peligrosos del mundo”, relata.
El Gobierno de EE.UU. envió a Hernández al Cecot por presuntos vínculos con la banda criminal venezolana del Tren de Aragua. Desde que estaba detenido en Estados Unidos se le vinculó con la banda por sus tatuajes, algo que el migrante de 32 años niega. Sus seres queridos y familiares también negaron las acusaciones y presentaron documentos que lo identifican como una persona sin antecedentes penales.
Y no solo fue él. Más de 250 venezolanos —ahora ya de vuelta en casa— fueron deportados al Cecot (la megaprisión que construyó El Salvador para encarcelar a “lo peor de lo peor”, según el presidente Nayib Bukele). Estados Unidos lo hizo bajo la Ley de Enemigos Extranjeros, una política de tiempos de guerra que invocó el Gobierno de Trump para expulsar del país a presuntos miembros del Tren de Aragua, a pesar de que había una orden de un juez que bloqueaba el uso de la ley para las deportaciones.
El estilista que perdió su cabello
Al llegar en el autobús al Cecot, Andry Hernández dice que los bajaron mientras los seguían golpeando. Perdió un zapato en el camino y se cayó. “Me levantaron con patadas”, asegura.
Andry recuerda que, una vez en la megaprisión salvadoreña, los hicieron hincarse y enseguida los raparon. CNN documentó previamente estos tratos en el Cecot y el programa 60 Minutes de CBS fotografió cuando Andry estaba siendo rapado.
“A mí, como estilista, que me hayan cortado el cabello fue demasiado bajo. El arma que más cuidamos nosotros como estilistas, como parte de la belleza, es nuestro cabello”, comenta.
Andry Hernández es un apasionado del diseño, el maquillaje, la confección de vestuario y la actuación. Esas habilidades artísticas lo han hecho ampliamente conocido en su pueblo natal, donde ha sido parte esencial —como actor y como estilista— de la festividad de los Reyes Magos de Capacho, que en 2025 cumplió 108 años de antigüedad y es patrimonio de Táchira y toda Venezuela.

Andry en el papel de Rabino, portando un vestuario confeccionado por él mismo, durante la festividad de Reyes Magos en Capacho el 7 de enero de 2024, unos meses antes de viajar rumbo Estados Unidos. Cortesía de su familia/Reina Cárdenas
Después de cortarles el cabello, desnudaron a los migrantes, todos con la cabeza abajo, sin poder levantar la mirada, añade. Les dieron ropas blancas y volvieron a hacerlos hincarse, antes de llevarlos al área médica para tomarles una placa.
Entonces los trasladaron al módulo 8 del Cecot, donde estuvieron por más de cuatro meses, sin la posibilidad de entablar conversación con nadie del exterior, solo con sus compañeros recluidos, recuerda.
CNN se comunicó con la Presidencia de El Salvador para obtener comentarios sobre las denuncias de abuso a migrantes venezolanos en el Cecot, pero aún no ha recibido respuesta. Anteriormente, el Gobierno de Nayib Bukele ha dicho que respeta los derechos humanos de quienes están bajo custodia “sin distinción de nacionalidad” y que su sistema penitenciario cumple con los estándares de seguridad y orden.
En tanto, las autoridades de Venezuela dijeron que abrirán una investigación formal contra varios funcionarios salvadoreños, incluido el presidente Nayib Bukele, por el presunto abuso de migrantes venezolanos deportados desde Estados Unidos.
“Bienvenidos al infierno del Cecot”: ¿cómo era el día a día en la megaprisión de El Salvador?
Ese primer día en el módulo 8, Andry dice que lo primero que escucharon fue a un funcionario decir: “Ustedes están en calidad de condenados”. E inmediatamente después les dieron una “bienvenida” que sepultó esperanzas:
Bienvenidos al infierno del Cecot”, recuerda el migrante venezolano que les dijeron.
“En ese momento nosotros pensamos que ya la vida se había acabado, nuestras carreras, nuestros familiares, hasta aquí, no los vamos a volver más, no vamos a disfrutar de hacer lo que amamos”, agrega.
Su celda en el módulo 8, señala Andry, era la más poblada. En ella se encontraban 19 migrantes venezolanos, cuenta.
El día en el módulo 8 comenzaba entre las 4:30 a.m. y las 6 a.m., cuando despertaban.
“No teníamos como que un horario (fijo), nosotros medio calculábamos por ver el cielo, nos asomábamos por los barrotes y se veía parte del cielo por un pequeño arco que hay entre la pared del Cecot y el techo”, relata.
Una vez despiertos, era momento del conteo: “Nos paraban a todos en filita, todos derechitos, ellos nos contaban uno por uno”.
Luego seguía el baño. Si no podías ducharte en ese momento del día, ya no tenías acceso al aseo en esa jornada. Después pasaban al desayuno. El resto del tiempo era a “criterio propio o personal”. “Lo que tú quisieras hacer”, cuenta.

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Sin embargo, el día en realidad estaba plagado de monotonía y no había muchas actividades por hacer.
“Leer la Biblia, hablar con los compañeros, hacer ejercicio, contar anécdotas, conocernos más entre nosotros mismos sobre nuestros trabajos, nuestras vidas, sobre las esposas, si los deportaron, sobre sus vidas”, recuerda Andry.
Entre las 11 y 11:30 a.m., almorzaban y luego volvía la rutina: leer la Biblia, hablar con los compañeros, hacer ejercicio.
“De una a dos veces a la semana nos sacaban a jugar fútbol o a religión, pero cinco o 10 minutos, de allí no pasaba. Nos tomaban la respectiva foto. ¿Tú para qué crees que ellos nos tienen que tomar fotos? Para lavarse las manos y que nosotros estamos distrayendo la mente”, considera el joven. “Al principio nos dejaban pintar, pero eso lo quitaron”, agrega.
Entre las 4 y las 4:30 p.m. era turno de la cena. Para lavarse los dientes, asegura Andry, les daban “pasta industrial” en bolsas y un cepillo que era del tamaño de una falange del dedo.
“Literal nos cepillamos más con los dedos que con los mismos cepillos”, añade.
Y a la hora de dormir, dice Andry, “a veces” les daban colchones y almohadas, solo para tomarles una foto y luego quitárselas.
“Nos los dejaban un ratico, nos tomaban la foto y venga: ‘Regresen todo eso porque ustedes no se lo merecen, porque ustedes hablan mucho, porque ustedes gritan, porque ustedes se comportan mal, porque ustedes no hacen caso. Ustedes tienen que entender que están en un régimen, entender que ustedes están en El Salvador y en el Cecot’”, recuerda el migrante sobre el trato recibido algunas noches.
Junto con lo anterior, todos los días estaban acompañados de ofensas por parte de los guardias del Cecot, afirma Andry.
“Todos los días golpeaban a alguien, todos los días amedrentaban a alguien, todos los días se burlaban de alguien. Eso era el pan diario acá para nosotros; o sea, la comida y el postre eran las amenazas, los golpes y el resto de cosas que nos hacían”, dice.
Sobre las comidas, Andry también recuerda la monotonía diaria:
- Desayuno: arroz, frijoles y tortillas.
- Almuerzo: arroz, pasta y tortillas.
- Cena: arroz, frijoles y tortillas nuevamente.
Andry cuenta que en ocasiones les daban una bandeja con arroz, verduras y pollo, así como leche, jugo y hasta postre. En esos momentos, les tomaban fotos para el “circo que tenían montado”, añade el estilista venezolano.
Acceso a la salud
Pese a los tratos violentos, la comida y el agua no faltaron. Algunos de sus compañeros migrantes salieron incluso más fornidos, lo cual se debe, según Andry, a que muchos se refugiaban en el ejercicio.
“Nosotros descargábamos toda nuestra tristeza, descargábamos todo lo que sentíamos en el ejercicio. Pasábamos el día haciendo cardio, haciendo flexiones de pecho, abdominales, haciendo rutinas de ejercicio. Así drenábamos un ataque de ansiedad, drenábamos los pensamientos de nuestra familia, de qué estarán haciendo, si será que están comiendo, será que están durmiendo. Esa es la razón por la cual ninguno decayó, ninguno salió físicamente deteriorado”, relata.

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No obstante, hubo problemas con el acceso a los servicios de salud.
Andry recuerda que uno de sus compañeros de celda, a quien nombró Aldo, era una persona diabética que en sus primeros cuatro días de estadía no recibió insulina, afirma el migrante.
“Yo pensé que a ese señor le iba a pasar algo muy grave porque vomitaba sangre, porque tenía mal estomacal, los ojos los tenía demasiado dilatados, sudaba frío, de verdad que lo vimos mal”, cuenta.
Después, según Hernández, le administraron su insulina, aunque a veces lo hacían en dosis muy elevadas.
Cuenta que esta persona diabética fue atendida en varias ocasiones en la unidad médica del módulo 8, la cual estaba frente a unas celdas.
“Ahí era donde atendían a todo el mundo (…) Tú ibas con un dolor de cabeza ahí (y te decían): ‘Vaya, toma agua’. Ibas con un dolor de estómago: ‘Vaya, toma agua’. Ibas por eso (y te decían): ‘Ah, es que no tomas suficiente agua, toma agua’. Esa era la forma en que nos cuidábamos. No había, digamos, un seguimiento médico en absoluto ahí en el Cecot. Ahí todos los días pasaban personas al médico”, comenta.
Los tres “angelitos” de Andry
Andry Hernández cuenta que, desde la primera semana en que llegaron al Cecot, hubo “angelitos” en el camino que soltaban pistas sobre su liberación.
El primero de ellos, recuerda el maquillador venezolano, fue la persona encargada de repartirles la comida.
“Él solamente, serio y en su trabajo, nos dijo: ‘Son 3 meses», menciona Andry sobre la respuesta que dio la persona cuando le preguntaron sobre el tiempo que estarían en el Cecot.
Pero pasaron tres meses y los migrantes seguían en el Cecot. Hernández dice que la persona de la comida, al ser interrogada nuevamente por los migrantes, respondió: “Ya casi, ya se van”.
El segundo “ángel” para este migrante fue el hombre que les surtía el agua. Antes de su liberación, el jueves 17 de julio, esa persona les aseguró: “Ya, hoy se van”, dice el estilista venezolano. No ocurrió ese día, pero finalmente fue cuestión de horas.

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Entonces llegó el tercer “ángel” de Andry. Se trataba del pastor que cada mañana les leía la biblia.
“Lo primerito que dice el pastor (el jueves) es: ‘El milagro ya está hecho. El día de mañana será un nuevo comienzo’”, recuerda el migrante.
Dice que no podía dormir de pensar en esas palabras, pero que a la medianoche cayó rendido por el “cansancio físico y mental”.
En horas de la madrugada del viernes 18 de julio, Hernández dice que empezaron a “sonar camiones, el sonido del freno, bocinas de carros, escuchamos la reja, todos nos paramos a ver qué estaba pasando, por qué a esa hora”.
“Pasa el director (del Cecot), pasa otro superior, pasa el encargado de la guardia que estaba allí en ese entonces, y lo único que nos dicen es: ‘Váyanse rápido’”, agrega. “Ahí sí ya nosotros respiramos, lloramos, nos reímos, nos abrazamos, esto ya llegó a su fin, ya llegó la hora. Sabíamos que entramos de madrugada (al Cecot) e íbamos a salir de madrugada”.
Se vistieron rápidamente y luego subieron a camionetas que los llevarían al aeropuerto para abordar sus vuelos. En el transporte el conductor era venezolano, asegura el estilista, con lo que puso punto final a su estadía en El Salvador.
“En la camioneta se sube una persona que solamente dice: ‘Buenos días, chamos, ¿cómo están?’. Ese día terminó de entrarnos la felicidad, terminó de llenarnos de alegría, de sentimientos encontrados porque escuchar el acento venezolano, escuchar a una persona de nuestra nación estar allí para nosotros fue demasiado”.
Más tarde ese viernes, unos 250 migrantes venezolanos, entre ellos Andry Hernández, llegaron a su país luego de más de cuatro meses recluidos en el Cecot.
Con información de Priscilla Álvarez, Tierney Sneed, Catherine E. Shoichet, Devan Cole, Michael Rios, David Culver, Abel Alvarado, Evelio Contreras, Rachel Clarke, Andrea Gómez, Osmary Hernández, Ivonne Valdés, Marlon Sorto, Kristen Holmes y Kylie Atwood, de CNN.