REPORTAJE ESPECIAL

Una cosa es la basura y otra es quién busca en ella

Foto: Archivo

 

Francisco Rincón / Maracaibo / noticias@laverdad.com
La crisis económica, política y social desapareció de los contenedores venezolanos los alimentos. Hurgar personalmente 10 vertederos me permitió desmontar mitos y sumergirme en otra realidad. Cada bolsa pestilente oculta historias de amor ajenas y miserias propias

Y así fue como terminé. En mi casa, con un hedor putrefacto impregnado en la nariz y en todo mi ser, la ropa hedionda a cueritos de pollo, dolor de cabeza y ganas de morirme a la vez. Con frecuencia vi como cientos de personas invadían los basureros que se encuentran en cada esquina de la ciudad y observé fotos de pequeños comiendo un pedazo de pan que los gusanos no pudieron terminar. Supe de historias desgarradoras de cómo el hambre y la necesidad obligaban a emprender una peregrinación que todos observan, desde la distancia, pero pocos se atreven a meterse en un contenedor y sumergirse en esa realidad.

Mi historia comenzó como cualquier otra, con la diferencia, de que me interesaba conocer qué se siente tocar la basura, que te vean, ver a los demás y constatar en primera persona, que la mugre esconde historias, relatos, sentimientos o personalidades, que alguien decidió desechar. Cuando tomé la decisión de hacer lo mismo que millones de venezolanos, me impactó. Sentí un vacío en el estómago, angustia e intranquilidad y me pregunté, por dónde iba a comenzar.

El día seleccionado llegó. Me levanté a las 5.30 de la mañana y después de pedirle a Dios y apagar el ventilador, mi estómago sonó y mi mente se nubló. El qué dirán saltó a mi cabeza, alguien me conocerá, tendría problemas con alguien o me vería mi papá. Tenía dudas si los desechos a revisar serían los que conseguiría frente a un hogar o desperdigados al borde de una arteria vial principal. Esa madrugada llovió y todo se notaba más sucio. Papeles mojados y más podridos.

Sin fuerza 

Con la primera incursión en los desechos pautada para la tarde, el día fue pesado, la zozobra me acompañó a todos lados y con dos tajadas en el estómago inicié mi rutina de trabajo. La angustia ganó y los nervios golpearon. Las mariposas hacían fiesta en mi interior y cada bolsa representaba un tesoro que, sin fuerza para revisarla, el aseo se llevó.

Tres días después de mi cobardía saqué fuerza de donde no las tenía. A las 5.20 de la tarde salí de mi casa con destino a lo desconocido, a sabiendas de que me esperaban animales muertos, bolsas con estiércol y agua estancada. Lo primero que pensé fue en mi familia. Mientras más me acercaba al contenedor mi mente estaba en blanco y el corazón en la garganta. La basura es babosa, hay gusanos por todos lados y sus olores varían de acuerdo al sector o por las manos que pasaron.

Desde adentro del basurero, uno observa a los «intrusos», quienes botan basura, caminan o pasan en sus vehículos, con recelo y miedo. Se trata de convivir con gatos y perros, no da pena, pero sí asco. Se consiguen cáscaras de huevo, papeletas de leche, pañales usados y pupú de perro envuelto. El primer basurero se llevó una parte de mí, quizás la vergüenza. Mis manos quedaron curtidas y tenía la boca hecha agua de tantas ganas de vomitar. Las personas te miran y sabes que su mirada te puya, pero con frecuencia su cabeza agacha. Sientes un vacío, desposeído y sin nada, pero con la frente en alto porque no hacemos nada malo.

Un mundo en cada bolsa 

Los peligros están latentes. Hay jeringas, vidrios y gusaneras. Agacharse representa que las moscas soplen y se paren en tu cara, mientras hacen fiesta en los restos de un perro a punto de estallar. Las personas buscan desde un sostén hasta un interior que más tarde se van a poner, pese a que antes estaba verdoso y con restos de…

Durante una de mis incursiones, que se extendió por más de nueve kilómetros, un «pana» que vestía harapos y cotizas de trapo me miró a los ojos y me dijo «qué fue mi hermano», sacó un durofrío de la bolsa que llevaba y sin titubeos lo extendió hacia mí, «dale play y cómetelo menor». Le expliqué que no tenía dinero y de inmediato me contestó, «eso es un regalo tipo, disfrútalo que ya me voy».

Antes de partir me regaló otro, sonrió, me dio un consejo y se marchó. Yo continuaba sin conseguir comida, solo conchas de plátano y yuca, que otro «amigo» se llevó. Con las manos pegachentas y ganas de vomitar, los gusanos no son un mal de morir, pero el agua empozada y con una capa de restos de grasas y sanguaza sí. La basura es distinta. En barriadas es orgánica, mientras que en avenidas el plástico resalta en la escena.

Realidad que pudre  

Seguía sin pensar en mi familia y en lo que el resto diría, solo en lo que conseguiría o lo que quería. No es difícil ver a los gatos y perros languidecer, merodear y hurgar los desechos, con su mirada perdida como si pidiesen a gritos otra oportunidad o que la mala suerte le pusiera punto final a una historia llena de dolor. Todos te ven, pero cada quien está en su mundo.

La comida escasea hasta en los contenedores y todos huelen distintos. Meter medio cuerpo allí, es sumergir tu mundo en un universo totalmente diferente al tuyo y encontrar cientos de vidas y personalidades, que pueden desmenuzarse tomando en cuenta la delicadeza que, incluso, se tomaron a la hora de hacer los amarres en las bolsas. Otras son un desastre y mezclan todo.

Ocho basureros después, la comida apareció. El tesoro, que permanecía en una bolsita, guardaba medio jojoto y un pedacito de queso junto a pellejos de pollo. También se consiguen cajas de medicinas recién vencidas, de esas que están ausentes en los anaqueles de farmacia. Meter la mano a la basura te cambia la vida, te gana la desesperanza.

Sueños por la cañería 

En la basura también se consiguen historias de amor, que tuvieron un final feliz o fueron calcinadas por la realidad. En un libro de relatos eróticos, Romeo dejó constancia de sus anhelos, que solo Dios sabe si los concretó: «Todavía en la espera… gracias por tu paciencia, te quiero». A las personas no les gusta que revisen su porquería. Es personal, íntimo. Te ven feo y gritan para que no lo hagas. El sentimiento personal es que invades los secretos ajenos o recuerdos que por algún motivo están allí y no en otro lugar. No es sencillo, sientes que te juzgan o que te perseguirán.

En un noveno vertedero conseguí un pan de hamburguesa resguardado con la intención, pienso yo, que alguien lo comiese. En todo el camino las náuseas y la cabeza revuelta desestabilizaron mi sistema. Jamás pensamos que nos vamos a enfermar o que algo malo nos puede pasar.

Ese estilo de vida da ganas de morirse. Vemos como los demás se comen un helado, pasean con su familia o se ríen, mientras que deambulamos pensando en lo próximo que en el basurero vamos hallar, porque tu vida está curtida por la basura y los sentimientos en una bolsa que el camión compactador con suerte se llevará.