OPINIÓN

A 32 años de una tragedia: El inicio del fin

Héctor Alonso López

Es imposible que un día como hoy pase desapercibido.

La defenestración del presidente constitucional de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, desencadenada por las cúpulas de los partidos políticos y sectores poderosos de la sociedad, fue un acontecimiento demasiado significativo para el olvido. Ese propósito tan deleznable, incubado en el veneno del frustrado golpe militar del 4 de febrero de 1992, marcó un punto de inflexión.

El 20 de mayo de 1993 no solo inició la destrucción institucional de Venezuela, sino también el fin de un ciclo histórico.

Muchos de nosotros advertimos las consecuencias. A veces, nos ponemos a pensar qué habría pasado si el tiempo se hubiera detenido. Si cada quien restara 32 años a su edad, volveríamos a «ser mozos», como dirían en mi pueblo; en mi caso, tendría 45 años. Pero el tiempo no se detuvo.

Imaginen lo que esto significa para la generación de la Venezuela del 2000. Jóvenes entre 16 y 30 años que fueron la vanguardia en el triunfo de CAP en las elecciones de 1988. Es una ironía interesante que esta misma generación fuera la que protagonizara uno de los homenajes más dignos y merecidos a Carlos Andrés Pérez: un concurso de ensayos con 33 jóvenes, con motivo del centenario de su nacimiento.

Estos participantes, que en la práctica no conocieron a Pérez, comenzaron a sentir curiosidad por su vida y a convertirlo en un referente histórico para la Venezuela de 32 años después. Lo que hicieron estos jóvenes fue heroico en un país donde pocos leen y escriben, al dedicarse a investigar la vida de un hombre que tanto nos advirtió sobre lo que vendría.

El agónico proceso que vivimos, en la necesidad de cambios para que no nos cambiaran, se ha convertido en uno con aún más profundas carencias. Muchos de los males que en nuestros momentos fuimos capaces de superar, se repitieron.

Todo cambió para mal. No es fácil hoy hacer un inventario de los errores históricos cometidos, tanto por quienes detentan el poder como por quienes han pretendido cambiar el rumbo.

La democracia ha sido la gran perdedora.

Siempre pensé que nunca podríamos negar el esfuerzo de nuestros padres por convertir a la democracia en nuestro mayor valor y, seguramente, nuestro mejor hábito. La democracia llegó a ser un modo de vida y un sistema político para convivir. El voto se convirtió en un deporte favorito. La democracia, en su ejercicio más pleno, está en nuestra construcción cívica.

Pero las cosas avanzaron de forma tan desconcertante que muchos hoy se preguntan: ¿votar o no votar?

Olvidan que el voto es solo un acto de fe.

El verdadero riesgo es que no haya en quién creer. Allí debe comenzar el debate, desterrando el egoísmo, la envidia y la mezquindad.


Héctor Alonso López
Caracas 20 de mayo del 2025